Después de medio siglo de subida constante, por primera vez en España se invierte la tendencia y la esperanza de vida cae ligeramente. No quiero buscar explicaciones oportunistas ni sacar conclusiones catastrofistas, simplemente constato mediante este hecho que, estadísticamente, estoy en la segunda mitad de mi vida. O lo que es lo mismo, tanto tengo, tanto me queda. La imagen que siempre me viene a la cabeza es la de la montaña rusa. Subes una cuesta muy, muy despacio. La velocidad incluso parece que disminuye aun un poco más cuando estás llegando justo a la cumbre. En ese momento, el vagón se detiene. A partir de ahí todo es caída. Y aunque haya momentos de subida nunca se alcanza una cota tan alta.
Esta serie de 30 entradas contendrá algunos de los episodios de la subida de la montaña rusa. Algunos de los paisajes que divisé en la subida, algunas de las personas con las que compartí vagón, alguna de las cosas que aprendí mientras subía. Pero no ordenaré los episodios por orden cronológico. Es más, hoy ni siquiera tengo claro cuáles serán. Sé que quiero empezar por la música, por el blues.
Mi cultura musical adolescente no fue muy rica. Tardé en sentir una gran inquietud por la música. Más allá de unas noches de fin de semana amenizadas por Bangles, Rick Astley, Gloria Estefan, Pet Shop Boys, Danza Invisible o George Michael, solo salvaría alguno de los pocos LPs que compré de Springsteen, Dire Straits o Michael Jackson. Ya se había introducido comercialmente el CD cuando compré un disco de Gary Moore, atraído por el Parisienne Walkways y esa misma semana escuché en la radio que alguien clasificaba a Moore como un gran artista del blues o algo similar. Para mí, Gary Moore siempre había sido un rockero, pero esa frase me hizo documentarme sobre el blues. Documentarme, menudo soy yo en eso. Con la internet en pañales, cuando uno se suscribía a los grupos de news en formato texto, inicié una búsqueda exhaustiva. Me apunté a cualquier grupo que mínimamente aludiera al blues. Así aprendí qué era un blues de 8 o de 12 compases, su sencilla progresión armónica. Y recibí toda la carnaza que necesitaba para profundizar: Clasificaciones, artistas, festivales... Y poco a poco descubrí a los pioneros del blues. No los primeros intérpretes, que ya me gustaría haber escuchado a alguno, sino los primeros intérpretes que dejaron grabaciones. Intenté remontarme a los inicios más remotos buscando los discos más antiguos de la historia del blues, buscando un origen que explicara toda la evolución posterior.
Así descubrí a Mamie Smith y su Crazy Blues de 1920. Fue la primera en grabar y ya la apodaron "La reina del blues". De ahí, llegué a Bessie Smith, que desbancó a Mamie y se convirtió en "La emperatriz del blues" en una carrera que parecía acabar muy pronto su recorrido. Escuché horas y horas de cantantes solitarios como Leroy Carr, Son House, Blind Lemon Jefferson, Blind Willie Johnson... De hecho, me sorprendí de la cantidad de ciegos en este mundillo. Y uno cae en la tentación del chiste fácil, claro, negro y ciego en Estados Unidos años 20 como para no aullar notas tristes... Y seguí a través del blues de Chicago, con Muddy Waters, Howlin' Wolf, Pinetop Perkins, Willie Dixon, Otis Rush... Hasta que llegué al blues de nuestros días. Y algunos premios incitaban a escuchar a Joe Louis Walker o Buddy Guy, tipos mucho más eléctricos que sus antecesores.
Me fui por la tangente interesado por el Gospel y los cantos espirituales. Me deleité con Mahalia Jackson, con su voz y sus peinados; con los cientos de reverendos, hermanas, padres y grupos de todos ellos en forma de coros que interpretaban una música religiosa que tal vez me habría retenido algo más en la iglesia de haberla escuchado de niño.
Nunca llegué a un nivel de erudición en este tema, pero sí a profundizar algo. A reconocer en unos pocos segundos las voces de algunos tipos que hoy difícilmente se harían camino en la industria musical, sea lo que sea que signifique ese término. Y de todo lo que escuché y de todo lo que aprendí, me quedo con lo más básico, lo más primitivo. Un sonido que no he vuelto a escuchar nunca y que no creo que se deba a la pizarra de los discos de los años 20; ni simplemente a la nostalgia de cualquier tiempo pasado supuestamente mejor. Un sonido en el que la letra acompaña a la música a través de una voz que encierra una tristeza que nada más me ha transmitido nunca como espectador. Esa tristeza que transmite Lery Carr cuando canta "Just remember me baby, when I' m in six feet of cold, cold ground"; o cuando Leadbelly canta "House of the rising sun". Pero por encima de todo, está lo que me hace sentir Bessie Smith cada vez que escucho "Nobody knows you when you're down and out", digitalizado en un mp3, copiado de un CD que remasterizaron de un vinilo antiguo en el que restauraron una grabación antigua de algún disco de pizarra. Aquí la dejo: http://www.youtube.com/ watch?v=6MzU8xM99Uo
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