Nunca tuve que trabajar hasta que no estuve a punto de acabar mis estudios. Todo lo más he echado una mano a familia y amigos en actividades de lo más variopintas, como vendimiar, cuidar animales -no mascotas- o poner copas. Pero siempre lo hice sin cobrar y sin necesitarlo. He cobrado en especie, cosa que cuando pones copas hace tu trabajo difícil de coordinar. En la vendimia no se corren esos riesgos por un desfase temporal. Como no tenía vicios caros, podía prescindir de la necesidad de ingresos extra.
Mi introducción al mercado laboral se produjo por una carambola. Si hay un ejemplo de juego limpio en la competencia por un puesto de trabajo es este. Una candidata se presenta a una entrevista y, al terminar, deja mi currículum al entrevistador y me recomienda. No lo debió de hacer muy mal -lo de recomendarme- porque el elegido finalmente fui yo. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que ha sido la mejor y más eficiente labor de head hunting en la que he participado. Era exactamente el trabajo que quería, en la empresa que quería y, sin conocer previamente el mundo empresarial, me sentía perfectamente acoplado.
Por supuesto, para facilitar aquella sensación de que todo encajaba ayudaba el hecho de que yo trabajaba media jornada con una beca. Era el equilibrio perfecto, media vida de trabajador y media vida de estudiante. Aquel grupo en el que acabé integrado es el más variado, el más rico y más portentoso con el que he trabajado. Y no es por demérito de los siguientes, pero es que aquel equipo que reunió un genio loco a su imagen y semejanza es muy difícil de repetir. Todavía hoy me siento muy afortunado de haber comenzado con aquella élite -y esta vez sí que sé que algunos leerán esto-.
En los años que permanecí allí y aprendí mis primeras lecciones sobre la vida profesional, cambiaron muchas cosas. Cambió el propio sector, cambió el grupo y cambié yo mismo. Cuando empecé a sentir que el día a día no me aportaba lo suficiente, más allá de compartir tiempo de trabajo con algunos de mis mejores amigos, decidí que era el momento de marchar a buscar nuevas experiencias. Era el momento oportuno para hacerlo. Así que recurrí a unos head hunters, esta vez profesionales, que no por ello más eficaces.
A diferencia de las tribus del Amazonas, estos señores cazan cabezas solo en sentido metafórico. Lo que ocurre es que la traducción al castellano por "cazadores de talentos" me suena demasiado pretenciosa. Además, si solo vivieran de cazar talentos, con menos de la décima parte bastaría, por ahí andará la relación entre cabezas y talentos. Era la primera vez en mi vida en que estaba en lo que se denomina búsqueda activa de empleo. Se supone que en busca pasiva del empleo perfecto ya estamos todos siempre.
El trabajo de estos señores es venderte que la empresa a la que representan es el paraíso laboral y venderle a esa empresa que tú eres el súper-trabajador perfecto: motivado, entregado, experimentado, trabajador en equipo pero capaz de defenderte tú solo, líder y disciplinado al tiempo y un montón de atributos tópicos más. Si las dos partes se lo creen, acabas contratado en una empresa que dista de ser el paraíso -el paraíso no es un lugar- y que descubre que tú eres un humano con tus limitaciones y no el empleado perfecto.
Yo solo puedo hablar por una de las dos partes, de los paraísos que me han vendido, pero también de los retratos de empleado perfecto que han trazado a partir de mi perfil. Si yo me lo he creído alguna vez, puedo suponer que mis empleadores puedan haber caído también en la trampa de los cazadores de cabezas. Me encantan aquellas situaciones, en las que me he visto un par de ocasiones, cuando el cazador te cuenta que tiene dos trabajos que se ajustan a tu perfil pero que cree que uno de ellos te encaja mucho mejor y que va a presentarte para ese. En ese momento tú piensas que te ha debido ver el perfil malo porque ha elegido justo el que no tiene nada que ver con lo que has hecho. Pero no te atreves a contradecir abiertamente porque, al fin y al cabo, tienes delante a un cazador, de cabezas pero cazador al fin y al cabo.
Aunque no estés en el modo de búsqueda activa, los cazadores no descansan. Menudos cazadores serían si solo cazaran a las presas que se presentaran voluntarias. Eso significa que tú estás tan tranquilo y un cazador te espera emboscado para ofrecerte por sorpresa el trabajo de tus sueños. Lógicamente, en esta situación el cazador se lo tiene que currar más que si acudes mansamente a sus redes. Aquí el cazador utiliza todas sus armas. Sabe que su presa tiene mucha movilidad y que la mejor forma de cazarla es conseguir que se meta ella sola en la jaula. Para eso, crea un escenario ideal, el hábitat perfecto para que la presa se vaya sintiendo cómoda y, cuando se quiere dar cuenta, ¡zas! La puerta de la jaula se cierra y estás contratado.
Lo curioso es que no solo los cazadores de cabezas juegan a ese juego. Ellos son los profesionales que viven de él, pero todos formamos parte del juego. Mi primer cambio de trabajo puede bien resumir una situación, que no debe ser muy atípica cuando se ha repetido ya varias veces en mi vida. Los servicios del cazador profesional se suelen utilizar cuando se busca una especie nueva, que no se encuentra o que no abunda en la empresa contratadora. Muchas veces porque se está creando una unidad nueva, difícil de cubrir con la fauna autóctona. Se busca una presa exótica. Esa unidad nueva en la que la presa exótica va a trabajar suele estar bastante pendiente de definir, bastante poco dotada de medios para realizar el trabajo o bastante puesta en tela de juicio por el resto de la organización. Y estos tres casos no son ejemplos teóricos, por cierto.
¿Qué le ocurre a la presa recién cazada una vez que entra a formar parte del resto de la fauna? Hay que tener en cuenta que esa sección a la que va a pertenecer se encuentra en las circunstancias que describo arriba. En un lapso de tiempo que va de unas pocas semanas a unos cuantos meses, la nueva presa se encuentra en un sitio que no tiene nada que ver con el que le habían explicado y que nada de lo que supuestamente iba a hacer tiene ya prioridad -y a veces ni siquiera sentido-.
Siguiendo con la metáfora de la presa exótica -no necesariamente exótica por sí misma sino por comparación con los autóctonos- se presentan los siguientes escenarios posibles. La respuesta pragmática: El nuevo animal se mimetiza. Esto da en ocasiones resultados tremendamente graciosos, no tiene uno más que imaginarse un pavo real intentando pasar desapercibido en un gallinero. Pero es peor si el nuevo no consigue adaptarse, imagínese uno ahora al pavo real con la cola desplegada todos los días en el gallinero, intentando atraerse a las gallinas. ¡Las pobres ni pondrían huevos de la impresión! Hay una situación intermedia, del que intenta o finge adaptarse pero acaba deprimido en el intento. Es lo que yo llamo el "síndrome del patito feo". Este es uno de los peores desenlaces. Finalmente, se puede optar por abandonar en busca de un ecosistema más propicio. Lo que ocurre es que los cambios de ecosistema tienen unos cuantos efectos secundarios. Y uno de los que hay que tener en cuenta es que no se ve con buenos ojos que uno abandone demasiado pronto. No. Es preferible aguantar un tiempo en el gallinero intentando perder el menor número de plumas posible mediante cualquiera de las estrategias anteriores y buscar un momento propicio.
De manera desordenada, subjetiva y figurada, pero nunca inventada, he intentado resumir mi propia experiencia. ¿Será verdad que el trabajo es una condena...?
http://www.youtube.com/watch?v=BVNvlPAT4aE
NOTA: Debo la pérdida de las cursivas en los términos en inglés a las serias limitaciones de Blogger para iPhone. Parece que a Google y a Apple les va más la confrontación que la cooperación.
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