En ese entorno de noticias negativas, el 1972 alumbró un par de creaciones que marcaron una época de la televisión. En España, Chicho Ibáñez Serrador estrena "Un, dos tres... Responda otra vez", el gran programa-concurso-espectáculo de azafatas buenas y humoristas malos. Siento ser duro con esto, pero nunca me he reído con Arévalo, Ozores, la Bombi, el dúo Sacapuntas o Ángel Garó. De hecho, embarran la labor de algún grande que pisó el programa como Eugenio, Gila o Tip y Coll.
El mismo año, pero a miles de kilómetros, en una isla del Pacífico Norte, se adapta para la televisión el manga Mazinger Z. A priori se trata de una serie más de dibujos animados. Para mí, mucho más que eso, la serie de referencia de mi infancia. No es que tenga tantos elementos diferenciales frente a otras, pero fue la primera de su estilo que yo recuerde que se emitiera en España y a mí resultaba imposible despegarme del televisor. Bueno, no siempre. Mi tía Encarna, que hace el papel de la abuela que nunca tuve, me recuerda cada vez que la veo lo que yo decía de pequeño cuando veraneaba en el pueblo. Era algo como "yo no sé a qué hora ponen las cosas en la tele aquí en el pueblo porque siempre me las pierdo". No hay televisión que gane al juego real, al de la calle con los otros niños. Al menos, para mí, no la había.
Muchas películas, series o animaciones de ciencia-ficción han creado su estética. Es necesario crearla porque, claro, es difícil copiar el futuro. Todo lo más que se puede hacer es copiar la idea que otros ya han tenido del futuro. Mazinger Z tiene algunas características clásicas del género. Una tropa de soldados al servicio de un malvado debe tener un uniforme al nivel de su creador. Aquí la serie puntúa alto porque al toque futurista le mezcla un sabor grecorromano, gracias a los cascos metálicos y unas faldas militares muy al estilo macedonio. También entre los elementos clásicos está el hecho de que los malvados utilicen una plataforma submarina para todas sus operaciones, incluyendo el centro de I+D. Este tipo de malos, con vocación de maldad universal se sienten mejor ubicados bajo el agua que sobre la tierra de un país concreto, teniendo que esforzarse por diferenciarse de los malillos locales.
No es extraño tampoco que el líder de los malvados sea un científico corrompido. Son sus propios conocimientos de la ciencia y de la técnica los que le permiten diseñar las armas que utilizará su ejército, y que bien podrían denominarse armas de destrucción masiva. Un último detalle habitual es que el líder de los malos resida en algún lugar oculto y realice todas sus ignominias a través de un lugarteniente que recibe directamente todas sus órdenes por videoconferencia, un CEO en jerga empresarial. Aquí es donde la serie contribuye a la historia del género con su innovación más original, la figura del malvado ejecutor, el Barón Ashler, un ser mitad hombre, mitad mujer. La serie nos presenta a alguien cuyo rostro está dividido en dos mitades, de distinto sexo y cuya voz es masculina y femenina al tiempo. En mi tierna infancia, nunca me pregunté cómo habrían resuelto el hecho de que el Barón tuviera que desnudarse en escena. Más adelante fue un tema recurrente de mi imaginación.
Para conquistar el mundo, el Dr. Infierno ha diseñado un serie de brutos mecánicos que destruyen todo cuanto encuentran a su paso. El Dr. Infierno es un ingenuo, más versado en ciencias Físicas que en Económicas, que ignora que para su propósito de conquistar el mundo son más útiles el FMI y Moody's que su ejército de robots. El barón Ashler, cuyo éxito -e incluso cuya vida- depende de satisfacer los deseos de destrucción y conquista de su presidente maneja a su antojo todas las innovaciones técnicas a su alcance, pero un robot construido con aleación Z, alimentado por energía fotónica y manejado por el adolescente Kabuto defiende al mundo de todos los ataques.
La estética de Mazinger Z resistió para mí intacta el paso del tiempo, hasta llegar idealizada a mi madurez. Mazinger Z me acompaña en mi ropa, ha sido motivo de uno de mis difraces de fiesta y, ya recientemente, una reproducción bastante fiel -y traída personalmente de Japón por alguien también muy importante para mí- ocupa un lugar de privilegio en el salón de mi casa. A pesar de que creo que no hay que encariñarse de los objetos sino concentrar esa emoción para los seres vivos, esa miniatura articulada es para mí, tal vez, mi objeto más querido. Quizá porque su realismo y su movimiento le acercan al mundo de los vivos, si es que se puede considerar vida a la de un robot. Tanto es mi apego por este pequeño Mazinger Z que el mayor cabreo de mis últimos años fue al descubrir que había desaparecido un puño del robot. Quien limpiaba el polvo accionó involuntariamente el mecanismo que liberaba el puño y este debió volar como el del auténtico robot milagroso hasta alojarse bajo un sofá al no encontrar enemigo al que golpear. Descubrir a Mazinger mutilado arrancó en mí un ataque de ira del que tardé en recuperarme. Ahora, para prevenir una recaída, lo escondo cuando anticipo algún peligro para su integridad.
El terror, la maldad, Koji puede controlar. Y con él su robot, Mazinger...
¡Feliz 40 cumpleaños, Mazinger Z! Te dedico un blues.
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