Haciendo unas cuentas muy simples, están a punto de cumplirse diez años de aquello y yo acababa de cumplir mis 30 años. Había cambiado de trabajo unos pocos meses antes y, como suele ocurrir, la situación y la actividad que me encontré cuando llegué no se parecían mucho a lo que me habían vendido. Como esto me ha sucedido en mis tres cambios, puedo inferir que hay una cierta probabilidad en ello y probablemente dedique alguna entrada de este blog a desarrollar algo más esta hipótesis. La cuestión es que durante unos pocos meses tras mi incorporación, mi actividad laboral no era muy alta y decidí aprovechar la ocasión para preparar mi primer maratón, el de Madrid, por todos los aficionados conocido como el MAPOMA.
Hasta ese momento, había corrido unas pocas "medias", y bastantes carreras de 10Km. Y no es que me diera por esto desde pequeño. Corrí mi primer 10K allá por el año 95. Unos pocos meses antes de aquella carrera recuerdo haberle dicho a un compañero de trabajo, un habitual de las carreras populares, "¡10 kilómetros seguidos corriendo! ¿Estás loco, tú sabes lo que es eso?" Vaya que si lo sabía, el tío debía haber corrido más de 30 carreras de esa distancia y unas cuantas del doble. Pues como a mí lo de correr en mi época del colegio y en el equipo de fútbol no me disgustaba, probé. Y descubrí con qué rapidez pasaba de entrenar unos pocos kilómetros por sesión a superar los diez con cierta facilidad.
Y con esa sensación de euforia, me estrené como corredor popular en una carrera mítica, la San Silvestre Vallecana. Forrest Gump había sido estrenada poco antes en España y cualquier corredor solitario por las calles recordaba al ingenuo Forrest. Mis entrenamientos eran siempre solitarios, aunque amenizados por la música de un aparato mítico, el "walkman", En aquella carrera de fin de año, en cambio, descubrí que no estaba solo. Lo descubrí bastante bruscamente, debo decir. Aprendí lo que son las colas para recoger el chip, las colas para ir a un baño portátil, las colas para ir al baño de una cafetería tras desistir del portátil, las colas para cruzar la línea de salida... Era curioso que correr significara estar tanto tiempo parado haciendo cola. Si lo llego a saber, ¡entreno también ese aspecto!
Tuve que volver a hacer cola para recoger mi ropa del ropero, pero eso ya fue después de cruzar la meta y de descubrir la placentera mezcla de euforia y descanso que eso produce, combinación que algunas drogas de diseño persiguen. Cierto es que el consumo de esas drogas se produce cuando uno quiere y el cruce de meta requiere haberse metido antes unos cuantos kilómetros para el cuerpo. Cada cual que elija.
Seguí la progresión clásica, y que cualquier corredor recomendaría, y probé la media maratón, ahora mi distancia preferida. Acudí al distrito de Fuencarral con el respeto que esta distancia inspira la primera vez y acabé descubriendo que la intensidad de la emoción de cruzar la meta es proporcional al respeto con que uno cruza la salida. ¡Otro chute para el cuerpo!
Ya solo quedaba el maratón. Los 42 kilómetros y 195 metros de carrera a pie, la prueba olímpica más larga del atletismo en homenaje a Filípides. La leyenda, un poco tergiversada, cuenta que este soldado griego murió de fatiga tras haber corrido esta distancia que separa Maratón de Atenas para anunciar la victoria sobre los persas allá por el 490 a.C. Lo que ya no es leyenda es que un tal Spiridon Louis se convirtió, en 1896, en el primer y único griego de la historia en ganar un maratón olímpico. Es verídico también que fue su segundo y último maratón, tras uno de preselección unas pocas semanas antes; que corrió casi obligado por el ejército griego; que mantuvo ayuno y oración los dos días previos a la prueba y que esta victoria le sacó de la pobreza.
A mí correr el maratón no me sacó de la pobreza, sino que me costó unos 30 euros de inscripción más un par de zapatillas y alguna otra chorrada de equipamiento. No me obligó nadie y, en lugar de ayuno y oración, pasé los dos días previos atiborrándome de pasta (de la de comer) y leyendo sobre la prueba. Tampoco morí al poco de acabar la distancia, aunque en esto fue en lo que más cerca me encontré de mis dos legendarios predecesores griegos. Todos los que me acompañaron aquel día -que fueron muchos y aprovecho para agredecérselo- pueden dar fe de mi estado físico y mental cuando llegué. Ellos cumplieron sin fallar el plan de apoyo "no sin tus amigos" y estuvieron animando en todos los puntos intermedios, recorriendo medio Madrid en metro para llegar puntuales a cada cita donde yo esperaba sus ánimos. Yo, en cambio, fallé y llegué al último punto en que deberíamos vernos -la meta- unos 25 minutos más tarde de lo previsto. ¿En qué invertí esos 25 minutos extra del tramo final? Resumiendo, en sufrir. No voy a entrar en los detalles de ese sufrimiento, pero la última parte de la carrera, que debería haberme llevado alrededor de una hora, se extendió hasta casi la hora y media por culpa de los calambres en los gemelos.
Tardé seis años en repetir experiencia. Quería quitarme la espinita de no haber podido acabar la carrera sin parar de correr. Mismo escenario, Madrid; misma predicción meteorológica, sol y calor. Pero esta vez fui más preparado. Entrené bastantes más horas antes de la prueba y planifiqué mejor la hidratación a lo largo de la carrera. También tenía la ventaja de no enfrentarme a lo desconocido. El resultado, 25 minutos menos de tiempo, justo esos 25 minutos que se me habían ido en la primera vez y mucho menos sufrimiento. Pero, curiosamente, la satisfacción de la entrada en meta no fue tan intensa como la primera vez. Supongo que valoré menos la liberación que suponía parar de correr.
Hasta hoy cuento ya tres maratones, unas 30 medias y no recuerdo cuántas carreras de 10K. Nada comparado con algunos de mis compañeros corredores, como Vicente con sus 41 maratones acabados, Javi (no el ciego, otro) con sus ultra-maratones como el Des Sables por el Sahara o algunos otros que salen a carrera por semana. Pero suficiente para extraer conclusiones de mis kilómetros. Durante todo este tiempo y todas estas carreras he sido feliz. Aunque nunca he hecho una marca sobresaliente ni nunca he ganado nada, he acabado todas mis carreras con la sensación de haber logrado algo, acabar. He tenido la suerte de no tener que retirarme de ninguna, ni siquiera en esa primera maratón -ahora en femenino- en que me vi obligado a parar unas cuantas veces para librarme de los calambres estirando. No he competido contra nadie, ni conmigo mismo en sentido estricto. Solo he intentado acabar cada carrera con la sensación de haberme esforzado. Y puedo decir que correr me ha hecho feliz, habiendo momentos en que no he podido parar... Como Forrest. http://www.youtube.com/watch?v=ds1T34Yzb20
Nunca me habia parado a pensar en el genero de la mataton. Para mi siempre ha sido femenino, como carrera que es, y como dura que tambien es. Hay que reconocer que esto engancha, y que una vez que te pones es dificil dejarlo.
ResponderEliminarCoincido contigo que como el final de la primera maraton no hay ninguna.