miércoles, 21 de marzo de 2012

Una oferta irrechazable

Hay frases del cine que han pasado a la historia de tal manera que es muy raro que alguien no las conozca. ¿Quién no ha usado en multitud de contextos esa famosa "siempre nos quedará París"? Cualquiera que anticipa una situación complicada lo anuncia con un "Houston, tenemos un problema". También es muy habitual despedir a alguien con un "que la fuerza te acompañe". Esta, como todas las que que provienen de la saga de la Guerra de las Galaxias, es una frase predilecta del colectivo friki. ¿Y esa tan parodiada "no siento las piernas"? Son muchas, muchísimas... Bastantes películas míticas tienen alguna frase inolvidable. Incluso hay frases que en su camino a la eternidad se han emancipado de la película que las concibió y solo unos pocos cinéfilos recuerdan el vínculo. O, al menos, yo no lo recuerdo, "nadie es perfecto".

Curiosamente, en ese mismo 1972 que me alumbró, se estrenó una de las películas que más frases inolvidables ha dejado en la historia del cine. Pero dejó algo mas que eso. Dejó una leyenda. Posiblemente, sea la película más famosa de la historia del cine de gangsters, género que revolucionó. Me resulta muy comprometido elegir una única película como mi favorita. Pero si me viera forzado a elegir, probablemente me disculparía ante Allen y elegiría El Padrino. El único comodín que necesitaría para poder tomar esa decisión tan complicada es que me dejaran meter en el mismo saco a las dos primeras entregas de la serie, como si fueran una única película.

No he visto ninguna otra película que maneje de forma tan magistral la evolución en paralelo de varias escenas que confluyen en un mismo punto. Para mí es su característica diferencial. No es su única gran virtud, pero sí la que más me fascina. Supera incluso al gran mérito que tiene haber llevado a lo más alto la estética del asesinato. Quien no lo crea, no tiene más que volver a ver la muerte de Paulie, dentro de un coche negro en segundo plano rodeado de juncos dorados y con la Estatua de la Libertad al fondo.

Posiblemente no haya una sola situación en la vida en la que no se pueda aplicar como consejo alguna buena frase de El Padrino. Esta película contiene ella sola más material para aprender a desenvolverse en el mundo de los negocios que toda la literatura sobre gestión que abarrota las librerías de los aeropuertos. Si alguien no tiene muy claro por qué libro decidirse dentro de esa variante de la auto ayuda que es el autoaprendizaje de la gestión empresarial, le recomiendo que invierta unos pocos euros en adquirir la trilogía de El Padrino. También podría recomendarle que la descargara, pero no me parece correcto hacerlo aquí.

Si alguien se adentra suficiente en el mundo de los negocios, sin tener que llegar al límite de la familia Corleone, se verá en situaciones de conflicto en que, probablemente tenga que tomar alguna decisión difícil que afecte a alguna persona, empleado, colega, proveedor... Lo mejor que puede hacer entonces es justificarse, "no es personal, solo son negocios". Confío en que esa decisión difícil no sea tan extrema como para pedirle a un colaborador de confianza algo como "no quiero volver a verlo. Ponlo el primero en tu lista".

El Padrino enseña cómo crear un complejo de relaciones basado en los favores mutuos, en el hoy por ti y mañana por mí. Vito Corleone recibe al funerario Bonasera y atiende su petición explicándole que "algún día, y ese día puede que no llegue, acudiré a ti y tendrás que servirme. Pero hasta entonces, amigo, acepta mi ayuda". Pocas cosas generan tanta lealtad como deberle un favor importante a alguien. Ese vínculo dura toda la vida. Y ¡ay de aquel que se mete con alguno que te ha hecho un favor! "Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos".

En un entorno económico que yo llamaría bastante liberal, a juzgar por esa declaración de intenciones de Vito Corleone "créame, me es indiferente lo que un hombre haga para vivir", es importante saber desenvolverse dejando, a veces, a un lado los escrúpulos. En esas situaciones límite a las que nos somete la ley de la jungla, uno puede caer en la tentación de perder el control, de dejarse llevar por los instintos más básicos y pedir "no más consejos sobre lo que debo hacer; tú ayúdame a ganar". Claro que la película enseña que hay que mantener la sangre fría ante todo. Y una buena forma de enseñarlo es mostrarnos cómo ametrallan a Santino, poco después de pronunciar esa frase con tan poco juicio.

La película transcurre en un entorno muy exigente. Solo unos pocos saben sobrevivir con tanta presión. El más mínimo traspiés lleva a cualquier personaje a abandonar la película antes de tiempo. Siempre hay que estar concentrado en la situación, "cuando hablemos de negocios delante de extraños no vuelvas a decir lo que estés pensando". Y, si es necesario mentir, se miente. ¿O es realmente sincero Michael cuando tranquiliza a su novia diciéndole "así es mi familia, Kay, pero no yo"?

Y cuántas lecciones, cuántas fidelidades, cuántas traiciones, cuántas complicidades se expresan en esta película sin necesidad de palabras. Solo un gesto, a veces una mirada aparentemente inexpresiva. No hacen falta muchas explicaciones habladas para descubrir que Paulie es un traidor a la familia, que Tessio reconoce que ha sido descubierto o que Carlo ha sido quien ha vendido a Sonny. 

Pero hay una frase más recordada que ninguna otra de las que se dicen en la película. Una frase que cualquiera puede recitar de memoria y que muchos lo habrán hecho imitando una voz sorda, apagada. Esa voz que desde entonces es la voz que todos asociamos instintivamente con un mafioso. Si alguien realmente no la ha pronunciado nunca en voz alta, le recomiendo que lo haga. No solo por unirse a la mayoría, sino por sentir lo que es interpretar por unos segundos al mafioso por excelencia, al hombre elegante que ordena impasible una venganza mientras acaricia a su gato. Por intentar emular al gran Brando. Esa frase que no hace falta ni recordar...

A mí me gusta hacerlo de vez en cuando, mientras suena de fondo el tema inicial de El Padrino, tan triste como un blues...

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