En mi casa, había un equilibrio de poder que mis padres me explicaban con la siguiente imagen. Me decían "papá manda en mamá; mamá manda en tu hermana; tu hermana manda en ti y tú mandas en el gato". Ni que decir tiene que en casa nunca ha habido mascota. La expresión tiene un cierto sesgo sexista aunque bien puede ser que la autoridad de mi padre sobre mi madre se debiera solo a su mayor edad, igual que ocurría con mi hermana y yo. Tal vez fue mi posición final en esa cadena la que me ha hecho pasarme toda la vida pensando si hay una forma más igualitaria de distribución.
Pero el problema de la igualdad es que viene de la mano con el de la libertad ¿Existe una ecuación que relacione la igualdad con la libertad? Y si es así, ¿tiene algún punto de equilibrio? ¿Es siempre imprescindible sacrificar una para alcanzar al otra? Después de miles de años de teorías políticas, cada una incidiendo más en uno de los valores, solo se ha llegado a alguna receta de compromiso en la aplicación práctica, pero no a una buena solución del enigma -a pesar de intentos muy interesantes, como los de Bentham o Pareto-. Y si se ha llegado, pero a mí no me consta, para eso está el campo de comentarios. Porque pocas cosas me llenarían más que satisfacer esa curiosidad, que me acompaña desde hace bastantes años.
Hay una cosa muy clara. Quienes tienen menos medios suelen inclinarse por un sistema en el que prima la igualdad. Los que tienen más, habitualmente prefieren preservar la libertad. Tiene todo el sentido del mundo. Si estás en medio de un pedregal, no posees nada y llevas un par de días sin comer, ¿de qué te sirve la libertad? Y si eres libre en esas circunstancias, ¿eres libre de hacer qué? Si, por el contrario, estás desperezándote por la mañana en una terraza con vistas al mar, mientras esperas a que te sirvan un buen desayuno y a escasos metros de ti tienes anclado tu yate, tu avión está en la pista mientras sacan brillo a la tapicería y tu campo de golf está terminando de regarse, tienes unas pocas más posibilidades de elegir.
Un ejemplo mucho más tonto. Si A tiene diez euros, A es libre de regalar los diez euros, ninguno o cualquier cantidad intermedia. Si B solo tiene un euro, su libertad está un poco más limitada. No tiene las mismas opciones de elegir cuánto regala que tiene A.
Todo esto está muy simplificado o muy llevado a ejemplos extremos y la realidad es siempre algo de tono grisáceo. Pues lo mismo ocurre con las teorías. Llevadas al extremo, ni a las teorías igualitarias ni a las liberales les encuentro mucho sentido. No creo que haya que repartir los bienes por igual entre todo el mundo ni creo que haya que permitir que cada cual haga, sin restricciones, lo que quiera con los suyos. No me convencen los resultados de ninguna opción.
Imaginemos un espacio de libertad absoluta. No fijemos ninguna regla, salvo la de la libertad de todos. A partir de ahí, y solo por consenso, se pueden acordar restricciones legítimas a esa libertad con las que todo el mundo esté de acuerdo. ¿Sería posible implantar alguna regla? ¿Se alcanzaría el consenso siquiera sobre una única cuestión? Dudo mucho de la posibilidad de que se llegue a muchas reglas por consenso, otra cosa es si la libertad la definen unos pocos y la extienden al resto. Además, me cuesta imaginar una existencia apacible en ese espacio "de libertad".
El reparto igualitario, en cambio, tendría otros efectos como el de reducir la producción literaria. Al menos, la fábula de la cigarra y la hormiga no se habría escrito por falta de sentido. Claro, si uno es hormiga, y se pasa el día recogiendo hojitas y granos para llevarlas al hormiguero en previsión de que algún día escasee el alimento, no es fácil que vea con buenos ojos que haya que repartir el contenido de ese almacén subterráneo con las cigarras. Si las cigarras tienen derecho a ingresar de las hormigas derechos de autor por su producción artística es una variable que distorsiona el estudio y le resta impacto visual a la metáfora.
Y no nos engañemos, en el mundo hay cigarras y hormigas. Bueno, hay muchos bichos más, sobre todo en ciertos hábitats laborales. El posicionamiento de la cigarra y de la hormiga es una buena prueba de que la igualdad así entendida no funciona y no deja a todos satisfechos. Tal vez se trate de definir y acotar un poco mejor a qué aplica la igualdad. Puede que esa célebre acotación de "igualdad de derechos y oportunidades" valga como marco de referencia, al menos, hasta que haya que desarrollarla reglamentariamente.
La verdad es que posiblemente no me habría dado por pensar todo esto si en casa hubiéramos tenido un gato. Tal vez las mascotas podrían haber cambiado también la vida de Locke, Montesquieu, Adam Smith, Marx, Proudhon, Friedman o Keynes.
Una mascota cualquiera, como un gato negro...
http://www.youtube.com/watch?v=hpQ6ih0R_zY
En mi casa creo que mandan las gatas....la dos por igual!
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