miércoles, 14 de marzo de 2012

¿Y tú de quién eres?

En busca de un sitio donde ganarse la vida y poder formar una familia -y mantenerla- mis padres dejaron su pequeño pueblo manchego y se establecieron en Barcelona. Tuvieron un corto coqueteo con Valencia -atraídos por el "efecto llamada", ya que allí es donde tenían más familia ya asentada- pero no cuajó. En Barcelona, mi padres consiguieron el objetivo que perseguían: Ganarse bien la vida con el trabajo de mi padre, crear un hogar con el esfuerzo de mi madre y traer al mundo a una criatura maravillosa -mi hermana- y a mí.

Tras casarse allí y pasar los mejores años de su vida, decidieron volver a hacer las maletas y marchar a Madrid. La perspectiva de un trabajo de más calidad y la escasa voluntad de mi padre de adaptarse a un entorno donde el bilingüismo empezaba a tomar peso, les incitó a migrar nuevamente. A mí aquello me pilló a punto de terminar de formar mi personalidad, con dos años.

Y aquí me hallo yo, nacido en Barcelona de padres manchegos y criado en Madrid. Para reforzar la faceta manchega, todos los veranos de mi infancia y mi adolescencia los pasé en el pueblo de mis padres, a ratos entre toros. Algunas veces me han preguntado de dónde me siento. No lo sé. No me siento particularmente de ningún sitio. Creo que llevo un poco de cada uno de los sitios a los que he pertenecido, si se puede decir así.

Un compañero usaba siempre una frase, que decía haber aprendido de su padre: "uno no es de donde nace, sino de donde pace". Claro, que este compañero mío no era muy partidario de que cualquiera paciera donde le placiera. Creo que tenía un concepto un tanto particular de los movimientos migratorios, porque no le hacía gracia que hubiera marroquíes, ecuatorianos o rumanos paciendo en su país. Para mí es mucho más sencillo, cada uno se siente de donde le da la gana. Un poco como el chiste sobre la prueba de la humildad de Cristo, que pudiendo haber nacido en Bilbao, eligió nacer en Belén. Uno se siente de donde le da la gana, incluyendo no sentirse de ningún sitio. 

Yo podría sentirme catalán porque allí nací. En sentido estricto, no me siento catalán en absoluto, lo que sí he sentido es una mayor inclinación a acercarme a esa tierra de la que siente la mayoría de los residentes en Madrid; a conocerla, a comprenderla y a quererla. Por supuesto, también me queda mi afición culé, esa preferencia que formé cuando era muy pequeñito y con ella seguiré. Otro compañero de trabajo, este inglés, me decía -en inglés- que uno no elige su equipo, su equipo lo elige a él. Entiendo entonces, que tendrá que ser el Barça quien dé el primer paso para que yo cambie mi afición.

Tampoco me siento manchego, por más que allí estén mis raíces. Me siento muy feliz de haber conocido esa tierra, que no tiene gran atractivo para la gente de fuera, falta de atractivo que bien resume la frase "Albacete, caga y vete". Gracias a todos esos veranos, soy un poco de pueblo, de lo que me enorgullezco porque algunas cosas que aprendí allí en poco tiempo me habría llevado años sin salir de la capital.

Y lo más parecido a sentirse de algún sitio, lo siento por Madrid. No tengo un sentimiento de pertenencia, ni de identificación, pero sí participo de algunas de las costumbres y gustos castizos. ¿Como me voy a sentir identificado con un sitio en el que estoy de casualidad? Mis padres podrían haber decidido no venir nunca a vivir aquí y yo me habría criado donde nací. O podía haber sido al revés. Mis padres podían haber venido aquí directamente. O incluso podían haber pasado por Barcelona pero habérmelo ocultado. Con esas posibilidades fuera de control, ¿debo dejar que el azar decida de dónde me siento?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos incluye un par de artículos sobre la movilidad de las personas. Debía haber poco consenso ya en los días de la redacción de aquella declaración porque la definición de esos derechos de movilidad es bastante ambigua. Salvo en casos de persecución, todo lo que se dice de la movilidad internacional es que "toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país". Curiosa forma de redactarlo porque uno tiene explícitamente derecho a salir de un país, ¡pero no de entrar en otro! Me pregunto dónde se quedaría alguien que saliera de su país sin poder entrar en ningún otro: ¿En aguas internacionales? En cambio, la movilidad dentro de un Estado no tiene ninguna limitación en esta Carta de Derechos: "Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado". A ver si en lugar de una declaración universal se va a tratar de una declaración internacional.

También me resulta curioso que en los dos párrafos del mismo artículo sobre la circulación de las personas se utilicen dos términos distintos, países en uno y estados en otro. ¿Realmente estaban pensando en algún matiz? ¿O simplemente lo redactaron dos personas distintas y utilizaron dos términos que consideraban sinónimos? A mí -que admito no ser profundo conocedor de esos matices semánticos- no deja de hacerme gracia que la "Naciones" Unidas escriban sobre la aplicación de los derechos en los "Países" y los "Estados".

Debe ser un principio general de nuestra especie el sentir lo de nosotros y los otros. Cada uno aplicamos ese sentimiento a algo. Puede ser a la familia, a la profesión, a la empresa, a la tierra, al partido... Necesitamos participar de una comunidad y, para eso, hay que delimitar una comunidad. En algún momento de sus vidas, hay personas que voluntariamente o por necesidad tienen que entrar en la comunidad de los otros. Solo cuando eso exige un traslado físico considerable es una emigración. Mis padres tuvieron que hacerlo. Yo me propongo hacerlo. Y siguiendo un principio tan universal como la Declaración de los derechos humanos, pero más antiguo todavía, me gustaría que me acogieran como yo he acogido. Me gustaría saber que alguien me tratará como si no fuera de los otros. 

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