Ayer dos equipos que normalmente visten de azul y grana se han enfrentado por ser campeones de Europa de fútbol. Ninguno de los dos jugaba con su uniforme habitual. Uno de ellos lucía una segunda equipación con pantalón azul y camiseta también azul, pero con motivos granate que hacían recordar los colores de su escudo. El otro vestía completamente de blanco. Era el color maldito de su oponente, tal vez por eso lo hacía. Si no, no se explica que un equipo pudiera tener ese uniforme como alternativo al azulgrana.
Instantes antes de que comience la primera clase de la mañana, todos los chicos de la clase excepto uno se abren sus chaquetas del chándal y dejan ver su camiseta blanca. Es su forma de celebrar el resultado del partido de anoche. Con ese blanco no solo homenajean al ganador de la final. Es un blanco con doble sentido.
El partido salió mal, muy mal. Los chicos de azul, teóricamente favoritos para conseguir el título habían llegado a la final después de eliminar en los penaltis al Göteborg en el partido de vuelta. Parecía que dominaban esa suerte. Pero ayer la suerte jugó de blanco. Ni en los 90 minutos de juego, ni en los 30 minutos de prórroga, ni siquiera tras lanzar cuatro penaltis consiguieron unos azulgranas -ese día muy azules y poco granas- marcar un solo gol. Dio igual que Urruti volviera a demostrar sus cualidades y parara los dos primeros penaltis. Ni eso bastó.
Así recuerdo aquella final de la Copa de Europa y su resaca. Como culé residente en Madrid viví mi peor momento. Por aquellos años, el Barça no era un equipo ganador. El año anterior había ganado su segunda liga desde que yo vivía, tras 11 años sin hacerlo. Ganó esa liga derrotando al Valladolid tras parar también Urruti un penalti en el penúltimo minuto de juego. Ganó a lo grande, a falta de varias jornadas para el final. Parecía que por fin se podría decir 'aquest any sí'. El trofeo más deseado estaba a un solo partido.
Aquí tocó fondo este equipo. A partir de ese momento, comenzó un periodo de renovación que cambió totalmente el carácter, el juego, el estilo, la mentalidad y los resultados de aquel club. Y para mí todo empezó a cambiar. Ser culé en Madrid no es fácil. Es muy divertido pero no es fácil. Y eso que, desde ese día solo ha habido otra derrota que causara tanto daño. Desde aquel mayo del 86 se han perdido muchos partidos importantes, se han dejado de ganar muchas competiciones, pero solo hay otro día que esté igual de grabado.
Ese segundo día fatídico tuvo lugar ocho años después, en Atenas. El equipo más rápido destrozó al equipo más técnico. Al día siguiente también tuve venganza colectiva. Esta vez no eran los adolescentes de un instituto vistiendo de blanco, sino compañeros de trabajo dejando mi mesa cubierta con recortes de periódico y gomas de borrar de Milan.
Mi padre es aficionado del Madrid. Mi madre, no muy amiga del fútbol, está más cerca del Barça, no sé si por simpatía o por llevarle la contraria a mi padre, que es otro deporte con tantos seguidores como el fútbol. Ver partidos de fútbol en casa era una actividad de alto riesgo para la cohesión familiar. En casa yo no estaba en minoría estrictamente hablando, pero a igualdad de fuerzas, mi puesto en la jerarquía familiar no me dejaba en muy buena posición. Así aprendí a jugar en inferioridad, a seguir, como dice la canción de mi Calamaro querido, "la misma dirección, la difícil, la que usa el salmón". Siempre digo que si me hubiera criado en Barcelona, las probabilidades de que hubiera acabado siendo madridista eran altas. Cuando uno va con la corriente, se cansa poco pero se cruza con menos cosas. Nadar contra corriente tiene la belleza del gen recesivo.
Mi visión sobre los comportamientos de los aficionados al fútbol está basada en tantos y tantos con los que me crucé mientras remontaba la corriente. Los elegantes, que te felicitan sinceramente si tu equipo gana; los paranoicos, que en todo ven una conspiración, algunas que incluso se remontan a la época anterior a la formación de los continentes actuales; los divertidos, que siempre se saben algún chiste sobre las penurias de tu equipo, y si no lo saben lo inventan; los bravos, que te hablan de fútbol aunque le vaya mal a su equipo; los menos bravos, que solo sacan el tema según sople el viento y no les gusta hablar con el viento en contra; los "enrollados", que siempre están dispuestos a tomarse una cerveza contigo viendo un partido de un deporte que no les gusta; los profesionales, que están más al día que un periódico deportivo, porque siempre hay que tener conversación con cualquier cliente; los hemerotecarios, que te recuerdan que en una eliminatoria de copa con un Segunda en el año 73 expulsaron en el minuto 42 a un jugador de tu equipo por menospreciar a un contrario; el técnico, que siempre se fija en un detalle que pasa desapercibido a cualquier otro espectador, como lo retrasada que tira la línea de fuera de juego en las faltas aquella defensa; el capataz, que todo lo explica porque los jugadores son todos unos vagos forrados de un dinero que no se merecen...
Mientras enumeraba, iba poniendo cara mentalmente a cada uno de ellos. No sé qué opinión tendrán ellos del bicho con el que se cruzaron cuando nadaban con la corriente. Me daré un paseo por los blogs, a ver si encuentro a alguno. Creo que me llevará un tiempo. Me pondré un blues...
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