Mañana cumpliré 40 años. Y todo seguirá igual. Si acaso un cumpleaños te cambia la vida es el de los 18, que te convierte, por derecho, en persona con plena capacidad de obrar, con toda la responsabilidad que ello conlleva. Si no sentí la trascendencia de aquel día, aun menos espero mañana sentir nada especial. Y sin embargo, le he dedicado a esta cifra lo que no hice con ninguna otra, ni siquiera los 30 o los 20. No recuerdo nada especial de aquellas celebraciones, bien porque no tuvieron nada destacable que recordar o bien porque, ya lejos como quedan, a mi memoria le cuesta diferenciarlos entre los muchos grandes momentos de fiesta que he vivido.
Cierro esta serie de momentos o lecciones importantes de mi vida como la empecé, recordando que la estadística me coloca frente a la segunda mitad de mi vida. Me trae a la cabeza ese chiste que tanto utiliza Emilio Duró sobre la definición del éxito. Dice que el éxito a los 3 años es no hacerse pis en la cama; a los 6 años, recordar lo que hiciste en el día; a los 12 tener muchos amigos; a los 18 tener el carnet de conducir; a los 20 tener relaciones sexuales; a los 35 tener dinero; a los 50 tener mucho dinero; a los 60 tener relaciones sexuales; a los 65 tener el carnet de conducir; a los 70 tener muchos amigos; a los 75 recordar lo que hiciste en el día y a los 80 no hacerse pis en la cama. Según esta visión de la vida, a lo más que puedo aspirar todavía es a tener mucho dinero y creo que no estoy en el camino adecuado.
Según esta visión cómica-pesimista de la vida ya solo me queda perder cosas y toda la incertidumbre es ver si el orden es exactamente inverso a como las obtuve (por cierto, nunca sentí mucha prisa por tener el carnet de conducir). No he convivido mucho con la vejez por lo que carezco de suficiente experiencia sobre esta segunda mitad. No llegué a conocer a mis abuelos, aunque dos de ellos sí llegaran a verme nacido. Mi tía Encarna, la hermana mayor de mi madre, y mi tío Juan, su marido, asumieron con gusto el papel de abuelos para que no me perdiera del todo la sensación. Mi tío Juan era un compendio iletrado de sabiduría popular. Su vida daría para más páginas que la de Harry Potter. Una de sus frases favoritas era que debíamos trabajar hasta los 18, jubilarnos entonces y que nos liquidaran a los 65. Claro que mi tío Juan llevaba a los 18 años más horas trabajadas que yo a los 40. En lo que no erró mucho el tiro fue en que se lo llevaran cerca de los 65. Un alemán tan cruel como Mengele atrofió su cerebro y se le acabó olvidando hasta vivir. Hoy sigo sintiendo que tengo impagada una gran deuda con él y con mi tía.
Yo prefiero mantener una visión optimista. Cómo no hacerlo con la cantidad de mensajes positivos que recibimos, a pesar de la crisis, o precisamente por la crisis. La semana pasada, decidí pasearme por la sección de libros de auto ayuda de una librería próxima a mi casa. Quise documentarme un poco para que mis críticas tengan, si no fundamento, al menos este respaldo. Uno lee diez títulos de esos libros y sale de la librería dando botes, con más energía que un superhéroe radiactivo y dispuesto a comerse el mundo. Algunos motivan menos porque están solo centrados en la gestión empresarial, como "El libro negro del emprendedor" -no creo que el color esté bien elegido- o "MBA personal. Lo que se aprende en un MBA por el precio de un libro". Tengo que decir que a mí me pareció caro. Pero los mejores son los títulos generalistas. Esos como "Tú puedes", "Piensa, es gratis", "Adáptate", "El mapa del tesoro", "Prohibido quejarse", "Organízate con eficacia", "Busca tu elemento" -secuela de "El elemento"-, "Cómo caer bien a los demás en menos de 90 segundos", "Las pequeñas grandes cosas. 163 trucos para conseguir la excelencia" -ni 160 ni 165, ¡sino exactamente 163 trucos! Y finalmente aquellos que, utilizando un término bíblico, yo llamaría parabólicos: "La gallina que cruzó la carretera" o "Yo me he llevado tu queso" porque quién no sabe a estas alturas que alguien nos ha robado el queso, si no algo más. Me dio un subidón tan grande que me tuve que ir para no ponerme allí mismo a hacer flexiones. Pero antes de eso, aun pude leer y anotar unas pocas frases, de las que quiero seleccionar la siguiente.
"Si tal y como yo creo... el azar gobierna nuestras vidas... entonces... la única... defensa posible (lógica) es-debe ser refugiarse en... la ley de los grandes números. En otras palabras, el éxito está siempre más cerca cuando la cantidad de cosas que se prueban es tanta que las probabilidades de que algo salga bien están a tu favor"
Sin juzgar la sintaxis y la obsesión compulsiva -o dubitativa- por el uso de los puntos suspensivos, me quedé impresionado por lo aplastante del razonamiento. Claro, si quieres tener más posibilidades de que te toque la lotería, ¡compra todos los números! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Pero lo curioso es que mientras volvía caminando a casa riéndome internamente me di cuenta de que esa frase resumía bastante bien mi propia actitud: Probar y probar. Ante este panorama, y listo para embarcarme a probar suerte en una de las mayores aventuras de mi vida, me veo obligado a darles la razón a estos escritores a los que tanto critico. ¿Será que, en el fondo no soy más que un escritor de auto ayuda frustrado?
Haciendo un balance final de los años vividos hasta ahora, solo puedo decir que soy muy rico, porque en este tiempo he tenido el privilegio de compartir camino con mucha gente excepcional. Soy muy afortunado por la gente que tengo cerca y la que he tenido, por los que me quieren y los que me han querido. Algunos de los que me acompañaron en mi camino hasta los 40 ya no están. Espero que algunos vuelvan. Otros, como mi tío Juan, no lo harán; me gustaría que muchos me siguieran acompañando en esta segunda mitad del camino aunque sé que algunos también se irán, igual que confió en que vendrán otros más. Mañana brindaré por todos ellos. Y, como Los Rodríguez, brindaré por la victoria, por el empate y por el fracaso.
Ha sido un placer escribir este blog. Como dice Michael Ondaatje, "la alegría de escribir es que uno puede descubrirse a sí mismo". Yo he descubierto algo de mí mismo, como sujeto y como objeto en esta oración reflexiva. Cuando uno abre el baúl donde guarda sus recuerdos, siempre aparecen los mismos, los que sirven de referencia. Pero cuando uno empieza a escarbar en ese baúl, de repente agarra uno escondido, que ya estaba a punto de perderse por el agujero que el cajón tiene al fondo. Y agarrar ese recuerdo casi perdido produce una sincera alegría infantil. Solo por esas inesperadas alegrías, ha merecido la pena.
Muchas gracias a todos los que me habéis seguido. A los frikis que han comentado cuando he escrito algo friki; a los cinéfilos, que aparecían cada vez que escribía de cine; a los que han compartido que algunos de mis recuerdos son los suyos; a los que cada día me animaban a seguir con sus pulgares levantados, a los silenciosos... Y muchas gracias a todos los que han vivido conmigo las experiencias que ahora yo he seleccionado para compartir. Me voy a arreglar, que mañana cumplo 40 y me despido con un blues, con el que más me apetece hoy. ¡Hasta los 80!
No hay comentarios:
Publicar un comentario