martes, 13 de marzo de 2012

De relleno

Hubo un tiempo en que la televisión no era un negocio. En aquel tiempo de dos únicos canales de televisión, la emisión se interrumpía por las noches y se reanudaba al medio día. Las mañanas y las madrugadas eran tiempos muertos, libres de estímulos televisivos. De hecho la segunda cadena -el UHF- no pasaba de las tres o cuatro horas de emisión al día.

Yo nací cuando en España la televisión se emitía en blanco y negro. Y en muchas casas dio igual que se empezara a emitir regularmente en color porque renovar la tele requería muchos meses de ahorro. El gran 'boom' de renovación de los aparatos de televisión para disfrutar de la programación en color vino con el Mundial 82. Muchos de los que pagaron el primer plazo viendo a España debutar en casa en el Mundial de fútbol, saldaron la deuda cuando los compañeros del baloncesto ganaban la medalla olímpica en Los Ángeles. En blanco y negro veíamos los programas en directo, los partidos de fútbol, el cine -que en el cine ya era en color-. En blanco y negro nació, el mismo año que yo, el Un, dos, tres.

La televisión no era un negocio por muchas razones. Una de ellas es que el éxito de la televisión es un asunto de masas y, por aquellos tiempos, las masas no estaban para grandes gastos. No había que explicar con eufemismos de interés general que el partido más interesante de la jornada de liga se emitía por televisión para todos. Era impensable tener cortes de publicidad de 15 minutos... ¡Cada 10 minutos! 

De los muchos recuerdos de aquella época de la televisión, hay uno muy especial para mí, los minutos de relleno. Por entonces eran muy habituales los cortes por problemas técnicos. Eran especialmente frecuentes en las retransmisiones de eventos, pero también sucedían con programas de estudio. Si el corte se producía en mitad de un partido apasionante podía ser una decepción. Si no, ¡era un momentazo de suerte! Los cortes eran amenizados con varias opciones que yo recuerde.

Lo más habitual eran los "minutos musicales". Es cierto que muchos de los vídeos musicales eran bastante sosos por entonces. Eran simplemente grabaciones realizadas en los propios estudios de televisión española. Otros, en cambio, ya estaban a la altura de lo que ahora emiten algunas cadenas especializadas como su programación habitual. Los minutos musicales se utilizaban también para ajustar la programación. Que el programa anterior había terminado seis minutos antes de la hora del telediario, pues nos ponían unos minutillos musicales en vez de freírnos a anuncios.

Algunos cortes eran la oportunidad de ver ¡dibujos animados! Y en algunas ocasiones especialmente afortunadas, se podía ver uno o más episodios de Los Autos Locos, de Hanna Barbera. Como era lógico, con solo dos cadenas y sin emisión continua las 24 horas, el concepto de la "reposición", que hoy sustenta el modelo de negocio de algún canal completo, tenía poco lugar. Si una serie te gustaba y la querías volver a ver, te aguantabas. Al menos, hasta la llegada de los vídeos domésticos.

Y el tercer programa habitual de relleno de los cortes o de los ajustes de programación era el cine mudo. Es que cada vez que lo recuerdo, me parece increíble. Pequeñas joyas del cine, algunas con Harold Lloyd o Laurel y Hardy. Muchas veces eran cortos de unos pocos minutos, grabados con esa velocidad frenética del cine mudo, plagadas de caídas, golpes, errores tontos que provocan grandes malentendidos... Si alguien llevaba una escalera de mano cargada a los hombros, ya sabías que iba a golpear más de una cabeza. O también podía intentar cruzar una puerta con la escalera atravesada. Como no soy un gran entendido de ese cine -ni de ninguno, para ser estricto- y nunca he indagado demasiado en esos recuerdos, no sé si se trataba de cortometrajes o de extractos de películas de mayor duración. 

Cuando hace un par de semanas vi The Artist en el cine, recordé grandes obras del cine mudo. Pero sobre todo, recordé aquellos minutos de cine mudo que servían para disimular los cortes o los desajustes. Puede ser solo nostalgia pero hoy me parece que esos minutos de relleno son mejores que casi cualquier programa elegido hoy para hora de máxima audiencia. Pero debo estar equivocado porque, sin duda, la televisión regida por las leyes del mercado tiene que ser mejor que la televisión monopolística. ¡Ah! Y más barata para el usuario.

Eso sí, en aquellos minutos musicales, no se podía disfrutar aun de Ana Popovic

No hay comentarios:

Publicar un comentario