domingo, 11 de marzo de 2012

Los Reyes son los padres

A punto de cumplir los 40, le sigo encontrando un gran encanto a la Noche de Reyes. Posiblemente, la presencia de Elsa Pataky en la película del mismo nombre me ayudó a aguantar el tirón unos pocos años pero todo es debido al recuerdo de aquellas noches mágicas en las que había que seguir un ritual y esperar a ver cumplidos algunos de los ingenuos deseos infantiles.

Ahora me cuesta diferenciar todas aquellas noches. Todas las cosas que recuerdo podrían caber en una sola noche, que comenzaba con un capítulo de Los Hombres de Harrelson que no podía ver porque empezaba ya de noche. Cualquier otro día podría haberme quedado un poco o haberlo intentado al menos. Pero esa noche no se podía contrariar a los Reyes Magos de ninguna manera. Da igual lo que hayas estudiado para un examen durante todo el año, nunca te presentes borracho al examen. Es una forma tonta de cagarla a última hora. Pues esto era lo mismo. Se suponía que tenías que haber sido bueno todo el año. Pero eso ya era el pasado. Ahora solo se podía no cagarla en el último momento. Y si eso suponía no poder ver ni un minuto de la mítica serie, el sacrificio merecía la pena.

Por cierto, qué mal ha envejecido esa serie. Ellos sí que se desplazaban en una lechera de verdad, pero pintada de azul. ¡Si la del Equipo A parece galáctica al lado de esa! Además, ¿quién respetaría a unos tipos que van vestidos de instaladores de ADSL? Eso sí, caigo ahora en la cuenta de que la corrección en aquellos tiempos requería representar siempre a dos colectivos en las series: "italoamericanos" y "afroamericanos". 

Aquella era una noche de dormir mal. De despertarme cada poco tiempo, escuchar el silencio -o algún ronquido- y volver a dormir. Luego ya no podía dormir más pero aguantaba quieto en la cama y por la mañana, muy temprano, alguno de mis padres venía y gritaba desde el salón: "¡Niños, han venido los Reyes Magos! Entonces salíamos como empujados por un resorte de la cama y nos íbamos corriendo al salón a buscar y abrir regalos como locos.

Una de esas mañanas, según me cuentan la primera que pasamos ya en Madrid, encima de una mesa había un pequeño saco de carbón con mi nombre al lado. Los detalles de aquel recuerdo están ya muy borrosos. Alcanzo a evocar la sensación de fracaso y si conozco algún detalle más es porque se convirtió en una de las típicas anécdotas familiares que luego se cuenta de cuando en cuando. Al parecer yo estaba tan ofuscado llorando y quejándome por el trato que me daban los Reyes Magos, que no era capaz de ver que a unos centímetros de mí estaban los auténticos regalos. Y eso que el carbón dulce es un regalo extremadamente atractivo para un niño en otras circunstancias. Tuvieron que entregármelos en mano porque era incapaz de reaccionar. Insisto en que esta parte de la narración se basa en la tradición familiar más que en mis propios recuerdos. 

La Noche de Reyes te enseña que la satisfacción depende, en gran parte, de tus expectativas. Esta es una lección que todo el mundo aprende aproximadamente en la misma edad. Por eso me chocó ver cómo la semana pasada un escritor de textos de auto-ayuda que iba sentado a mi lado en el tren, escribía un capítulo completo al respecto y lo resumía en una ecuación que reproduzco aquí confiando en no estar plagiando ningún derecho de autor: "Felicidad = resultados - expectativas". Siento recurrir tanto a la crítica de la auto-ayuda. Tal vez debería pensar si a mí me ayuda cierta auto-crítica. 

Pero sí, yo ya aprendí esa lección de muy pequeño. Uno de mis juguetes preferidos eran los Airgam Boys. A lo largo de los años, llegué a conseguir muchos de ellos: el buzo, los futbolistas, soldados alemanes, americanos, británicos y japoneses de la segunda guerra mundial, el Zorro, indios, vaqueros... Y también bastantes de los vehículos y complementos, ¡incluso el helicóptero! Aquel año, en la carta a los Reyes, había pedido una caja de 6 Airgam Boys. Una caja de estas tendría unos 60 cm de largo por unos 35 de ancho y contenía 6 figuras más algún complemento para el grupo. Cuando llegué corriendo al salón encontré la caja envuelta sobre la esquina de la mesa. Me sorprendió ver que, justo al lado, había algún otro paquete mucho más pequeño. Aquella caja de 6 Airgam Boys era tan fantástica que no necesitaban complementarla con ningún otro regalo. Abrí el paquete a toda prisa y descubrí que era una caja de 2 figuras -dos soldados alemanes-, una tienda de campaña plegable y una barca. ¿Os imagináis mi decepción? ¡Me llevaría un año más conseguir los otros 4 alemanes! Con razón había algún regalo más...

Ahora soy consciente del esfuerzo que hacían mis padres. En aquel momento, solo percibía un decepcionante déficit de Airgam Boys. Y eso que sé que escribí 6 en la carta, esa carta que jugaba un papel fundamental en todo este ritual. Tus padres intentaban condicionarte en la carta precisamente para manejar tus expectativas. Tal vez mis padres podrían escribir un libro de auto-ayuda.

Luego alcanzas una edad en que comienzas a desconfiar. Dependiendo de la ingenuidad de cada uno y, fundamentalmente de sus compañías, esa edad suele llegar en algún momento entre los 6 y los 20 años. Recuerdo el año en que descubrí y confirmé ese doloroso momento que marca un hito en tu infancia: "Los Reyes son los padres". De las navidades de aquel año no recuerdo muchas cosas pero sí cómo espié a mis padres, registré sus armarios y acabé encontrando los regalos. Ya nada sería igual. Ahora el Ratoncito Pérez tendría que hacer todo el trabajo él solo... Porque Santa Claus no regalaba nada por aquellos tiempos. Sí que existía y nosotros lo conocíamos de las películas, pero como era la época pre-globalizada, solo debía hacer regalos por los países anglosajones. Debía pensar que en el sur hacía demasiado calor para su traje rojo y sus renos. 

Lo curioso es que al año siguiente de ese gran descubrimiento, sentí casi la misma ilusión en la Noche de Reyes. Mis padres me habían tranquilizado, seguiría recibiendo regalos en esa fecha. Siendo ya bastante mayores, mientras mi hermana mayor aun vivía con nosotros, seguimos disfrutando del ritual de esa noche. Puedo asegurar que no era un ritual vacío, lo seguíamos viviendo con mucha ilusión. Recuerdo un año muy especial porque pasamos no solo la Nochevieja en el pueblo sino también los Reyes. Yo ya tenía 19 años, raramente te perdonan que a esa edad no te hayas enterado aun de quiénes son los Reyes. Mi familia del pueblo no seguía tan fielmente esta tradición, pero yo ese año fui cargado desde Madrid con un regalo para cada uno de ellos: Mi tío Juan -que aun vivía, mi tía Encarna, mis primos... Mi tío Juan se acercaba a sus últimos meses de vida pero vi en sus ojos la ilusión de un niño pequeño cuando abrió su regalo. Eso solo ya es motivo suficiente para mí para seguir disfrutando cada año de esta tradición, también entre adultos.

Eso sí, en esas fechas, mejor que villancicos prefiero un blues...

1 comentario:

  1. Justo ayer meditaba sobre la cantidad de regalos de reyes que las niñas sólo usan ese día. Realmente casi todos. Algunos incluso no pasan de ser extraídos de su envoltorio. Y sobre cómo esquivar el gasto de energía -para mi tremendo, me agobio desde un mes antes- y de dinero absurdo que supone. Para llegar a la conclusión de que es inevitable, no lo hago porque jueguen más o menos, sino por la expectación de esa mañana, sus caras de excitación, el ambiente que se respira, todo mezclado con los recuerdos de mis mañanas de reyes -más que las noches. Y para eso hacen falta muchos regalos, aunque sean chorradas. El salón lleno de paquetitos, paquetes, bultos... Así que así seguiremos, mal que le pese a mi mujer, que cada año me repite que con un par de regalos por niña valdría, yo no puedo hacerlo :-)

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